Las Mejores Rutas en Moto por Aragón: Guía para Recorrer el Pirineo Aragonés

El Pirineo Aragonés: donde las curvas tocan el cielo

Empecemos por el plato fuerte. El Pirineo Aragonés tiene algo mágico que atrapa a cualquier motero desde el primer momento. Jaca suele ser el punto de partida natural, y tiene sentido: desde aquí puedes lanzarte hacia el Valle de Tena siguiendo carreteras que parecen bailar entre las montañas. Las vistas te dejarán boquiabierto, te lo aseguro.

El Valle de Benasque es otro cantar. Los veteranos lo consideran territorio sagrado, y cuando llegues entenderás por qué. Las curvas aquí tienen su carácter, te exigen respeto pero te recompensan con panorámicas que ninguna cámara puede capturar realmente. Es de esos sitios donde acabas parando cada dos por tres, no solo para estirar las piernas sino porque el paisaje te lo pide.

Prepararse bien marca la diferencia

Mira, el Pirineo no es cualquier sitio. He visto a más de uno pasarlo mal por confiarse. Tu moto tiene que estar al cien por cien, especialmente frenos y neumáticos. Las curvas aquí no perdonan descuidos. Y el tiempo… ¡ay, el tiempo pirenaico! Puede cambiar más rápido que un semáforo en ámbar. Lleva siempre algo de abrigo y un impermeable, aunque sea agosto. Me lo agradecerás cuando de repente aparezca esa niebla traicionera o empiece a chispear sin avisar.

Un consejo de veterano: marca bien las gasolineras en tu ruta. En según qué zonas, la siguiente puede estar a muchos kilómetros, y quedarte tirado en medio de la nada no es plan. Y sí, el GPS está genial, pero no te fíes ciegamente. A veces te manda por caminos… digamos “alternativos” que tu moto agradecerá no conocer.

La mejor época (aunque cada una tiene su encanto)

Entre junio y septiembre es cuando el Pirineo se muestra más amable con los moteros. Los puertos están abiertos, las temperaturas son agradables y los días largos te permiten exprimir cada jornada. Eso sí, en verano encontrarás más tráfico, especialmente fines de semana y festivos.

Mayo y octubre son mis meses favoritos, la verdad. Menos gente, colores increíbles (especialmente en otoño cuando los bosques se vuelven locos con los ocres y rojos) y esa sensación de tener la montaña para ti solo. Claro que te la juegas un poco más con el tiempo, pero ¿qué es la vida sin un poco de emoción?

Paradas que valen su peso en oro

Jaca merece más que una simple parada técnica. Su ciudadela y la catedral son impresionantes, y después de unas horas de curvas, pasear por sus calles es un gustazo. El Parque Natural de Ordesa… buf, es de esos lugares que te reconcilian con el mundo. Las carreteras que lo bordean son pura poesía asfaltada.

Aínsa te transporta directamente a la Edad Media. Su plaza mayor es perfecta para tomarte algo mientras tu moto descansa y tú procesas todas las curvas que acabas de devorar. Y si llegas hasta la estación de Canfranc, ese edificio modernista abandonado en medio de la nada te dejará con la boca abierta. Parece sacado de una película.

El Monasterio de San Juan de la Peña es otra historia. Está literalmente incrustado en la roca, y llegar hasta él es toda una experiencia. Las vistas desde arriba compensan con creces el esfuerzo de subir.

El Bajo Aragón: la otra cara de la moneda

Cambio total de escenario. Si el Pirineo es dramatismo puro, el Bajo Aragón es serenidad mediterránea. Alcañiz funciona genial como base de operaciones. Desde aquí puedes trazar rutas circulares que te llevarán por paisajes completamente diferentes: olivares que se pierden en el horizonte, pueblos de piedra dorada y ese aire seco que tiene su propio encanto.

La zona del Matarraña la llaman la “Toscana aragonesa”, y cuando llegues entenderás el apodo. Valderrobres, con su puente medieval y su castillo, parece salido de un cuento. Y Calaceite… qué decir de Calaceite. Sus calles empedradas han visto pasar siglos, y se nota.

Un tip importante: en verano el calor aquí pega fuerte. Sal temprano, muy temprano. A mediodía el asfalto quema y la moto (y tú) lo agradecerán si buscas una buena sombra para la siesta. Las carreteras son menos técnicas que en el Pirineo, perfectas si todavía estás cogiendo confianza con las curvas.

La Ruta Tierra y Arte: cultura sobre dos ruedas

Esta ruta es especial por muchos motivos. No solo recorres kilómetros, sino milenios de historia. Las pinturas rupestres del Parque Cultural del Río Martín son Patrimonio de la Humanidad, y verlas después de una buena sesión de curvas es una experiencia única.

Lo mejor de esta ruta es que apenas encontrarás tráfico. Carreteras secundarias en buen estado, pueblos donde el tiempo parece haberse detenido y esa sensación de estar descubriendo secretos que pocos conocen. Los 350-400 kilómetros se pueden hacer en dos o tres días tranquilamente, parando donde te apetezca y sin prisas.

Los Oasis de Aragón: agua en el desierto

Esta ruta juega con los contrastes como ninguna otra. Pasas de paisajes casi desérticos a enormes masas de agua que aparecen de la nada. El embalse de Mequinenza, “el mar de Aragón”, es impresionante. Las carreteras que lo bordean regalan unas vistas que quitan el hipo, y hay zonas donde puedes combinar moto y baño, algo que se agradece en pleno verano aragonés.

Los Monegros añaden ese punto surrealista a la ruta. Es como rodar por la luna, un paisaje tan diferente que parece mentira estar todavía en España. Y de repente, ¡zas!, aparece un oasis de verdad, con vegetación exuberante y agua cristalina.

Aragón tiene esa capacidad de sorprenderte vuelta tras vuelta. Cada ruta cuenta su propia historia, cada pueblo guarda sus secretos y cada curva promete una nueva aventura. No importa si eres novato o llevas media vida sobre dos ruedas; estas tierras tienen algo preparado para ti. Solo necesitas arrancar el motor, ponerte el casco y dejarte llevar. El resto viene solo.

¿Y tú? ¿Cuándo te animas a descubrir estos caminos? La carretera te está esperando.