Rutas en moto en Castilla la Mancha

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¿Te animas a conocer las cinco rutas que todo motero debería hacer al menos una vez?

La verdad es que elegir solo cinco rutas en esta región es como pedirle a un niño que elija su caramelo favorito. Difícil, ¿verdad? Pero después de muchos kilómetros y algún que otro café en gasolineras perdidas, te puedo decir cuáles son esas rutas que merecen la pena de verdad. Aquí no solo ruedas por rodar; cada trayecto te conecta con algo más profundo. Puede ser la historia que respiran las piedras de un castillo medieval o ese momento mágico cuando el sol se pone sobre los viñedos y todo se tiñe de oro. Las mejores rutas son las que equilibran todo: buenas curvas (que para eso salimos), paradas con encanto y esa sensación de libertad que solo encuentras cuando estás tú, tu moto y el horizonte.

Un viaje completo por las cinco provincias manchegas

Mira, si quieres conocer Castilla-La Mancha de verdad, nada como hacer la gran vuelta por sus cinco provincias. Son unos 800 kilómetros que puedes dividir como prefieras, aunque yo siempre recomiendo tomárselo con calma. ¿Por qué correr cuando puedes disfrutar cada momento? El punto de partida natural es Toledo, esa joya que parece detenida en el tiempo. De ahí tiras hacia Ciudad Real, y créeme cuando te digo que ese tramo entre viñedos interminables tiene algo hipnótico.

El segundo día te espera Cuenca con sus famosas Casas Colgadas (sí, siguen impresionando aunque las hayas visto mil veces en fotos). La carretera hacia Guadalajara te regala algunas de las mejores vistas de la Serranía de Cuenca, con esas formaciones rocosas que parecen sacadas de otro planeta. Y para cerrar con broche de oro, Albacete te sorprende con su mezcla de llanuras infinitas y sierras escondidas.

Lo mejor de esta ruta es que cada provincia tiene su personalidad: Toledo te envuelve con su historia, Ciudad Real te relaja con sus horizontes amplios, Cuenca te desafía con sus curvas, Guadalajara te sorprende con sus paisajes y Albacete… bueno, Albacete siempre guarda un as bajo la manga.

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Siguiendo los pasos del ingenioso hidalgo

Si hay una ruta con alma en Castilla-La Mancha, esa es la Ruta del Quijote. Y no, no es solo para frikis de la literatura (aunque ayuda si te gusta Cervantes). Es que rodar por estos caminos es como viajar en el tiempo. Argamasilla de Alba, donde dicen que nació la idea del Quijote, tiene ese aire de pueblo que no ha cambiado mucho en siglos.

Pero el momento cumbre llega cuando aparecen los molinos en el horizonte. En Campo de Criptana o Consuegra, cuando el viento mueve las aspas, casi puedes entender por qué Don Quijote los confundió con gigantes. Las carreteras que conectan estos pueblos son pura magia motera: rectas largas para pensar, curvas suaves para disfrutar, y siempre ese paisaje manchego que cambia de color según la estación.

En primavera, los campos de amapolas te hacen parar cada dos por tres para sacar fotos. En otoño, los viñedos se visten de rojo y dorado. Y las ventas del camino… ahí es donde la ruta cobra vida de verdad. Una parada para unas migas o un buen pisto manchego no es opcional, es obligatoria. Te lo dice alguien que ha probado muchas.

Para cada motero, su ruta perfecta

Seamos sinceros: no todos rodamos igual ni buscamos lo mismo. Si acabas de sacarte el carnet o prefieres rutas tranquilas, La Mancha es tu territorio. Las carreteras entre Toledo, Consuegra y Campo de Criptana son como una autopista del placer: buen asfalto, pocas complicaciones y paisajes que no te cansan. Perfectas para coger confianza o simplemente para esos días que quieres rodar sin preocupaciones.

¿Buscas algo con más chispa? La zona de Ciudad Real te ofrece ese punto intermedio perfecto. La ruta entre las Lagunas de Ruidera y el Valle de Alcudia tiene de todo: rectas para estirar las piernas, curvas para mantener la atención y paisajes que van cambiando como en una película.

Ahora, si eres de los que disfrutan cuando la carretera se pone seria, la Serranía de Cuenca y la Sierra de Alcaraz son tu paraíso particular. La ruta entre Tragacete, Uña y Beteta es pura adrenalina controlada: curvas cerradas que exigen respeto, cambios de rasante que te mantienen alerta y vistas que… bueno, mejor no mirar mucho si no quieres acabar en la cuneta.

En Albacete, el recorrido por Riópar, Ayna y Liétor es otro de esos tesoros que solo conocen los moteros más curtidos. Sea cual sea tu nivel, aquí encuentras tu ruta. Eso sí lo garantizo.

¿Cómo sacarle el máximo partido a las Lagunas de Ruidera sobre dos ruedas?

Las Lagunas de Ruidera son uno de esos sitios que te dejan con la boca abierta la primera vez que las ves. Quince lagunas conectadas entre sí, cada una con su propio carácter, formando un oasis azul turquesa en medio de La Mancha. Pero claro, no es llegar y ponerse a rodar como un loco. Este lugar merece un poco de planificación si quieres disfrutarlo como se debe.

He estado allí en todas las épocas del año y te puedo decir que cada temporada tiene su encanto, aunque algunas son definitivamente mejores que otras para ir en moto. La clave está en saber cuándo ir, por dónde moverte y qué paradas hacer para no perderte nada importante.

El momento perfecto para rodar entre lagunas

Después de muchas visitas, tengo claro que la primavera es la reina de las estaciones en Ruidera. Entre abril y junio, las lagunas están en su máximo esplendor. El agua tiene ese color turquesa imposible que parece sacado de un folleto del Caribe, y la vegetación explota en mil tonos de verde. Las temperaturas son las justas: ni el calor infernal del verano manchego ni el frío que te congela los dedos en invierno.

Septiembre y octubre también tienen su punto, con menos gente y esos colores otoñales que le dan otro rollo al paisaje. Ahora, un consejo de amigo: evita los fines de semana de julio y agosto como si fueran la peste. El parque se llena hasta los topes y encontrar sitio para aparcar la moto se convierte en una odisea.

En invierno el lugar tiene una belleza más salvaje, pero ojo con las heladas. He visto a más de uno pasarlo mal en esas carreteras secundarias cuando el rocío de la mañana se convierte en una pista de patinaje. No es broma, en serio.

De laguna en laguna: paradas que valen cada kilómetro

El recorrido desde Ruidera hasta Argamasilla de Alba es de esos que te reconcilian con el mundo. Empiezas en el pueblo de Ruidera, y si tienes tiempo, pásate por el Centro de Interpretación. No es el típico rollo aburrido; te explican cómo se formaron las lagunas y te das cuenta de que estás ante algo único.

La Laguna del Rey es la primera parada seria. Es la más grande y tiene un mirador que… madre mía, las vistas quitan el hipo. Siguiendo la ruta, la Laguna Colgada con su cascada es otro must. Hay que caminar un poco desde donde dejas la moto, pero merece cada paso.

El Castillo de Peñarroya es otra parada que no te puedes saltar. Una fortaleza medieval junto a un embalse, como sacada de Juego de Tronos pero en versión manchega. A unos kilómetros está la Cueva de Montesinos, ese lugar donde Cervantes hizo bajar a Don Quijote.

Y cuando llegas a Argamasilla de Alba, el círculo se cierra perfectamente. La Casa de Medrano, donde cuentan que Cervantes estuvo preso (aunque esto tiene más de leyenda que de historia comprobada), y la iglesia de San Juan Bautista son visitas obligadas. Es un recorrido que mezcla naturaleza e historia de una forma que pocas rutas consiguen.

Explorando nacimientos y embalses: agua por todas partes

Si te gusta el tema del agua (y después de ver las lagunas, seguro que sí), la zona tiene mucho más que ofrecer. Una ruta circular de unos 120 kilómetros te lleva por los principales embalses y el mismísimo nacimiento del Guadiana.

Los Ojos del Guadiana son el punto de partida perfecto. De ahí, la carretera te lleva al embalse de Peñarroya, con una presa de 50 metros que impone respeto. Las carreteras CM-3115 y CM-3123 te guían hacia el embalse de Vallehermoso, menos famoso pero con un encanto especial.

Por la CM-3152 llegas al embalse de La Cabezuela, ideal para estirar las piernas y picar algo en las áreas recreativas. Si te sientes aventurero y tienes tiempo, el desvío hacia el nacimiento del río Mundo es la guinda del pastel. Eso sí, prepárate para curvas más exigentes.

El regreso por Ossa de Montiel es perfecto para cerrar el día. Hay varios bares que ya conocen a los moteros y saben lo que necesitamos: buena comida casera y precios razonables. Esta ruta tiene de todo: tramos fáciles para relajarse y otros más técnicos para mantener la emoción. Y siempre con el agua como protagonista.

Serranía de Cuenca en moto: ¿preparado para el desafío?

La Serranía de Cuenca es otro mundo dentro de Castilla-La Mancha. Aquí se acabaron las llanuras infinitas; esto es territorio de montaña pura y dura. Formaciones rocosas que parecen esculpidas por gigantes, bosques de pinos que huelen a resina, cañones profundos donde el Júcar y el Cuervo han ido labrando su camino durante milenios…

Y las carreteras, ay las carreteras. Son de las que separan a los moteros de domingo de los que realmente disfrutan cuando la cosa se pone interesante. No es un sitio para ir con prisas o sin experiencia, pero si tienes la técnica y las ganas, pocas zonas en España te van a dar tantas satisfacciones sobre dos ruedas.

Uña, Tragacete y Beteta: el triángulo mágico de la serranía

Este recorrido de unos 100 kilómetros es la esencia de la Serranía de Cuenca concentrada. Normalmente se empieza desde la Ciudad Encantada (que por cierto, si no has estado, tienes que verla aunque sea una vez), y de ahí tomas la CM-2105 hacia Uña. Este pueblecito junto a una laguna es la calma antes de la tormenta. Las montañas se reflejan en el agua creando postales perfectas, y es el último respiro tranquilo antes de que la carretera se ponga seria.

La CM-2106 hacia Tragacete es cuando empieza lo bueno de verdad. La carretera sube entre pinares con curvas que van apretando cada vez más. A más de 1.300 metros de altitud, Tragacete te recibe con ese aire fresco de montaña que limpia los pulmones de ciudad. Desde aquí nace el río Cuervo, y si tienes tiempo, el desvío para ver el nacimiento merece mucho la pena.

El tramo hacia Beteta por la CM-2119 es el plato fuerte. Es de esas carreteras que te hacen sentir vivo, con curvas que exigen toda tu atención y paisajes que te tientan a mirar cuando deberías estar pendiente del asfalto. Beteta, con su castillo encaramado y sus casas de piedra, es el premio final. Los bares del pueblo ya están acostumbrados a los moteros y saben que llegamos con hambre de lobo después de tanta curva.

Cuando la montaña te pone a prueba (y por qué merece la pena)

No te voy a mentir: las carreteras de la Serranía de Cuenca no son para tomárselas a broma. El Puerto del Cubillo o la subida desde Uña hacia Las Majadas tienen curvas de esas que te hacen replantear tu técnica de conducción. Aquí no vale ir de sobrado; hay que respetar la montaña.

El asfalto puede jugarte malas pasadas, especialmente después de lluvias o en invierno, cuando aparece gravilla donde menos te lo esperas. Y el tiempo… puede cambiar en cuestión de minutos. He salido con sol radiante y media hora después estaba buscando dónde refugiarme de una tormenta de las gordas.

Pero cuando superas estos retos, la recompensa es brutal. El Mirador de los Callejones de Las Majadas o el Balcón del Júcar en Villalba de la Sierra te ofrecen panorámicas que justifican cada gota de sudor. Es esa sensación de haber conquistado algo, de haber estado a la altura del desafío.

Y luego está ese momento mágico cuando encuentras el ritmo perfecto, cuando moto y piloto se convierten en uno solo bailando entre las curvas… Eso no tiene precio. La Serranía de Cuenca te lo da todo: te reta, te premia y te deja con ganas de volver. Porque al final, de eso se trata esto de salir en moto, ¿no?

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